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Cinco días permanecimos en aquel Masa, del que guardo una tétrica recordación por la ansiedad que sentí cada vez que del lado de Figueres nos llegaban estruendosos ecos de explosiones. El geógrafo Pau Vila, padre de Marco Aurelio, iba y venía con riesgo de su vida, a parlamentar en favor nuestro con Paulino Gómez, del gobierno Negrín, que des de Figueres, impedía por todos los medios la salida de los emigrados. Todo el que se hallase en edad militar debía incorporarse sin demora, para una resistencia a todas luces inoperante. El grupo de Zeni [pseudònim], ante el riesgo de verse copado en Mas Perxés, partió de noche, a pie, por las montañas. Centenares de personas acudían a nuestro refugio. Uno de los que vi fue el diputado Nicolini, víctima de un ataque de reuma que le impedía moverse. Ignoro como logró salir. Otro diputado, Fábrega Pou, hizo marcha atrás y lo fusilaron los fascistas. El eminente historiador, Carles Rahola, de ochenta años, católico y de conducta irreprochable, no quiso exponer sus nietecitos a los rigores de un éxodo semejante y regresó a Gerona. Allí se le encarceló y sometió a proceso. No se tuvo empacho en fusilarlo. Al alegar ante el Consejo, que había salvado muchas vidas de derechistas, durante la guerra civil, se consideró esto como agravante: "Si usted poseía influencia cerca de los rojos, es porque era uno de ellos". Fue este uno de los más execrables asesinatos de la Cruzada.
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Lluís Companys permaneció un par de días con nosotros, compartiendo nuestra suerte. Luego desapareció con rumbo desconocido. Se habló de un desembarco en Roses, que tendría por objeto cortar la retirada a la gente. No tuvo efecto; la matanza que debió haberse hecho rebasó las reservas de crueldad del enemigo. A cada estallido estrepitoso que nos llegaba de la retaguardia, se nos oprimía el corazón. ¿Estaría allá nuestro hijo? ¡Ignorábamos que sí estaba, y sobrevivió de milagro a la lluvia de bombas que entorpecía la labor de los telegrafistas republicanos!
En momentos como aquellos, la bajeza de mi enemigo Zeni de Vals, halló manera de ensañarse conmigo, y aún con mis hijos. No tuvo empacho en acusarlos de ladrones.
- Dígame, Bretón, ¿qué ha sido de la valiosa caja de pinturas de Mallol que se hallaba en un armario de cocina, en el que sus hijos han estado manipulando?
Tan sólo a un sádico como aquel, se le ocurre hablar así a un hombre destrozado por la tragedia. Efectivamente, mis hijos, con otros hijos de otros padres, habían encontrado en aquel armario un juego de Mah-jong de poco precio, con el que entretenían las horas. No abrí la boca; me acerqué al armario e instintivamente introduje mi brazo en él. Hallé una gran caja cerrada. Tiré de ella y la presenté a mi acusador.
- ¿Será esto lo que usted reclama? -dije secamente. El tipo se mordió los labios, tomó la caja y murmuró:
- Sí, esto es. Perdone. - Y se fue. Antes de salir del Mas no perdió oportunidad de aumentar mi zozobra. "Si yo no contaba con recursos o apoyo en Francia, la Consejería no podría favorecerme". "Estaba agotado el cupo de protegidos". Posiblemente lo estuviera, ya que la madre, la esposa y hermano de Zeni, con la siya, y los familiares de otros paniaguados sumaban una lista considerable. Mi persona y la de los míos no valían la pena de ser protegidas.
Vivimos días calamitosos. Junto a la actitud dignísima de un Pompeu Fabra y un Solé y Pla, producía náuseas ver al novelista B., ataviado con una bata de flores, leer en la era, bajo el sol, el "Fausto" de Goethe recién traducido por mi amigo José Lleonart. No critico que se lea a Goethe ni mucho menos, pero no en aquellos momentos, como si el lector se hallase en un balneario. Las atronadoras explosiones que venían del lado de Figueras me ponían la piel de gallina. Una obsesión me poseía día y noche: mi hijo posiblemente se batía por defender a los monigotes petulantes que se movían a mi alrededor.
El chofer manco, cuya identidad ignoré, fue y volvió de Bescanó con los equipajes de todos. De buena gana le habría costeado un brazo ortopédico si mis pesetas "rojas" hubiesen valido algo. Pi y Suñer, por su parte, consiguió un autómnibus decente, y con él y el bibliobús salimos del Mas Perxés y el de la Agullana, el último día de enero. Era hora; los pueblerinos que nos servían y aún algunos mozos de escuadra daban síntomas de nerviosidad. Vendernos al enemigo que se iba acercando podía servirles de rescate.
Memorias de un cero a la izquierda,
Josep Maria Francès
(Mèxic, 1962)
* Aquesta entrada ha estat possible gràcies al cop de mà de Neus Pinart
* Pel que explica a les memòries, deduim que Francès arriba a Agullana el 27 de gener. Diu que s'hi està cinc dies, fins que marxa amb el bibliobús, que marxa el 31 de gener de 1939. Aquí he optat per reproduir un fragment sencer de l'estada a Agullana, pel significat propi que té.
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