En medio de mi desgracia me tocó en suerte figurar entre los afortunados que traspusimos la frontera la misma tarde. Se lo debimos una vez más a Pi y Suñer y a Bosch Gimpera, que se multiplicaron para salvarnos. Muy cerca de la línea de demarcación todavía los aduaneros del gobierno estuvieron a pique de retener al hermano mayor de Anna Muriá, que acababa de cumplir 17 años. Mi hijo Rodolfo, que nos los había cumplido, le pasó a hurtadillas su cédula personal y así sorteó el peligro. ¿Qué ganaba la carroña de nuestro régimen insepulto con dividir a una familia e incorporar a la muerte a un jovencito? ¿No le bastaba con la carne y la sangre de mi propio hijo, tal vez ya muerto y enterrado, cosa que yo no podía saber? A mi no me inquietaron; iba a cumplir 48 años pero aparentaba muchos más que hoy, por el dolor, las privaciones y las miserias. En cambio sí se metieron con Guansé, ligeramente más joven que yo. No me explico qué refuerzo pudo haber significado el gran escritor, físicamente enclenque, para las fuerzas de choque con que el gobierno pretendía reconquistar la República. Guansé era un poquito sordo, fingió serlo mucho y por lo visto lo declararon inútil para el servicio. Hubiera sido un verdadero escándalo que se lo llevaran a morir, mientras otros sujetos del mentado Institut se hallaban ya en seguridad en territorio francés.
Traspuesta la barrera, examinados nuestros documentos, de tipo colectivo, se nos destina al hórrido campo de concentración del Boulou. Advertida la maniobra, Bosch Gimpera vuela con su coche a Perpiñán y consigue que el Prefecto rectifique la orden. Entramos en el pueblo del Boulou y...
Memorias de un cero a la izquierda,
Josep Maria Francès
(Mèxic, 1962)
* Aquesta entrada ha estat possible gràcies al cop de mà de Neus Pinart
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